Bloody friend {Cap.4}





Sin duda alguna, aquella noche podía describirse como una de las más frías y oscuras del mes de enero, aunque realmente el cómo fuera la noche no importaba mucho, no en una ciudad como Shreveport y en especial, en un local como era el bar Fangtasia. A primera instancia y visto desde afuera, podía ser catalogado como un bar común y corriente, sin nada llamativo y especial que lograra atraer a multitudes. En cambio, en el interior la realidad era totalmente distinta. De todo aquello que carecía por fuera el Fangtasia, era justamente lo opuesto por dentro; aunque solo pocos conocían lo que ocurría dentro de dicho lugar y gozaban de la exclusividad de pertenecer como miembro.

Esa noche las letras neón rojo brillaban en lo alto del lugar, invitando secretamente a todos aquellos que conocían los misterios encerrados dentro de esas cuatro paredes y en ocasiones, atrayendo a unos cuantos fisgones que intentaban satisfacer su curiosidad. Porque detrás de esa fachada ordinaria un mundo sobrenatural emergía, donde seres pálidos, fríos de carácter y misteriosos eran dueños y señores. Los tan temidos vampiros.

La música hacía retumbar las paredes e invitaba a entrar, a aventurarse en aquel mundo tan aterrador y al mismo tiempo tan fascinante. Se podía ver a unas cuantas personas afuera, haciendo fila y esperando ansiosamente a que se les permitiera pasar, sin saber realmente en el peligro que corrían al meterse en esa situación. Igual, no es que les importara mucho, no a los pobres humanos que se veían tan fácilmente cautivados para gozo de aquellos seres, en especial, para gozo de Eric Northman quien era el dueño del lugar.

Oscuro, atrayente, enigmático. Ese era Eric Northman, el corazón y la mente creadora de tan singular lugar como lo era el bar Fangtasia. Lugar de perdición y de excesos, donde él, era el único rey. Toda esa imponente figura que representaba, además, relucía un aura de poder y control sobre todo lo que ocurría ahí; y por supuesto, nadie se proponía siquiera el desafiarlo en su territorio, no sabiendo la crueldad que poseía, la insensibilidad y la frialdad de todo su ser. A Eric no le importaba en lo absoluto la gente, los idiotas humanos que por morbo llegaban a caer en sus garras, Eric solo veía por su beneficio y el de los suyos, nada más. Un monstruo puro y perverso, a los ojos de todos.

El petulante vampiro observaba con detalle los movimientos en el bar desde aquel asiento que se encontraba al fondo del local, que más se asemejaba al trono de un rey. ¿Arrogante? Eso ni dudarlo, Eric sabía de todos sus atributos, todo lo que él significaba y lo que causaba en los demás, y claro que no iba a desperdiciarlo, mucho menos, contando con que le fascinaba ser el centro de atención de todo. Y ahí, mientras miraba lo que acontecía en sus dominios, se encargaba también de que todo girara alrededor de él. Todas y cada una de las miradas se posaban siempre en él, no había quien lograra evitar mirarlo aunque fuera tan solo una vez, todos siempre caían bajo su encanto, bajo aquel atractivo y bajo la sonrisa de altanería. Y claro, que a él le deleitaba la sensación.

Pero aunque parecía perdido en su labor de observar, inmediatamente notó la presencia de una mujer, alta y rubia, que se colocó detrás de él como ya era costumbre.

—Buenas noches Eric —murmuró la radiante vampira, imitando al rubio y pasando su mirada por todo el bar antes de posar sus ojos sobre él.

Eric no se inmutó, su semblante quedó impasible y continuó con la mirada más allá, lejana, atenta a lo que ocurría a su alrededor. Solo transcurrieron unos cuantos segundos más, antes de que el vampiro vikingo respondiera.

—Pam ¿Cómo va hasta ahora la noche? —preguntó, medio indiferente medio interesado, todavía sin mirar a su hija vampírica.

—Ya lo sabes, nada podría resultar mejor. Hoy de hecho, tenemos más visitantes que otras noches —respondió quitando la mirada de él para girar el rostro en dirección a una de las esquinas del lugar—. Uno en particular te ha traído un mensaje de Frederic.

Y con aquella simple mención, el imponente vampiro despegó finalmente la mirada para enfocarse en el rostro de la rubia.

—¿Qué es lo que necesita? —interrogó, esta vez en un tono de total interés.

—No ha querido decirme nada a mi Eric, ha dicho que desea hablarlo contigo en privado.

El hombre suspiró y sin esperar más se puso de pie. Antes de iniciar el recorrido hasta su oficina, con un simple movimiento de dedos le indicó al mensajero que le siguiera.

Para cuando el vampiro enviado llegó a la oficina de Eric, este ya se encontraba sentado detrás del gran y ordenado escritorio hojeando detenidamente un libro. El otro vampiro, un tanto temeroso, esperaba a que Eric le prestara atención.

—¿Qué estás esperando, una invitación para sentarte? Si tienes un mensaje dilo ahora mismo que me haces perder el tiempo —dijo el rubio en un tono que le habría helado la piel a cualquiera y el otro vampiro, retrocedió un par de pasos. Fue en ese momento que el poderoso vampiro levanto la mirada, para confirmar que lo que decía iba en serio.

—Disculpe señor, no quería interrumpirle —comentó, controlando apenas la voz para que no le temblara. Eric supo en ese momento que ese vampiro había sido transformado hace poco tiempo—. El señor Frederic le tiene un encargo —hizo una pausa para acercarse y extenderle un pedazo de papel que Eric le arrebató al instante.

—¿Algo más? —El otro vampiro negó con la cabeza—. Largo —ordenó y un segundo después el mensajero salía huyendo de la oficina, dejándolo finalmente solo. Fue hasta ese momento que Eric abrió la nota y una vez los ojos azul grisáceo recorrieron las palabras escritas el gesto en su rostro cambió totalmente—. ¡Mierda! —y con un simple movimiento el escritorio salió volando, estrellándose contra la pared y rompiéndose en pedazos.


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Lawrence, Kansas.


Afuera, el frío era tan intensamente arrollador que obligaba a los ordinarios ciudadanos a abrigarse en exceso con el fin de evitar atrapar un resfriado que les dejara fuera del campo por un rato. Sam y Dianne no eran la excepción y en su trayecto a la casa de la chica, ambos jóvenes lucieron dos grandes chamarras que les protegía del helado viento y de sus efectos. Mientras caminaban, los dos amigos charlaban animadamente sobre la película que acababan de ver esa misma noche y por la cual ambos habían esperado ansiosos porque finalmente se estrenara. No pararon de reír hasta que la familiar fachada de la casa de ella les indicó que ahí terminaba la salida.

—Me la pasé increíble Sam, ahora recuerdo porqué te convertiste en mi mejor amigo —rió nuevamente la chica acercándose a él para darle un abrazo. Por más que aquello hubiera sonado como una broma, era totalmente real. Sam era su mejor amigo en todo el mundo además de Tom y disfrutaba enormemente pasar tiempo con él, le hacía feliz.

—¿Por qué soy asombrosamente encantador y no hay nadie capaz de superar mi inteligencia? —presumió el chico, devolviéndole la broma y abrazándole también.
Dianne estalló en risas y antes de separarse de él le golpeó en el hombro juguetonamente.

—¿Te has estado juntando demasiado con Dean, no crees Señor Modesto? —negó con la cabeza, con un gesto de fingida desaprobación—. Muy mal Sammy —hizo un puchero y volvió a reír junto con él—. Bueno, te veo mañana en la universidad —se despidió con un beso en la mejilla y observó por unos segundos al alto chico alejarse.

En ese momento la rubia dejó escapar un suspiro un instante antes de comenzar a recorrer el camino de cemento que le llevaría a su casa. Subió de dos en dos las escaleras hasta detenerse frente a la puerta para buscar las llaves en su bolso. No tardo demasiado en encontrarse con el frío metal, más cuando estaba por sacarlas un extraño sonido a su espalda le hizo soltarlas para girarse inmediatamente y escudriñar con detenimiento su alrededor. Pasados unos minutos y sin encontrar nada anormal volvió a buscar en su bolso las llaves. Una vez con estas afuera se dispuso a abrir la puerta cuando el mismo sonido le hizo volver a encarar la oscuridad, en búsqueda del causante del mismo. La joven terminó resoplando, un tanto irritada, cuando se dio cuenta otra vez que no había absolutamente nada ahí. Fue entonces cuando volvió hacia la puerta que se encontró con la figura de un hombre. Dianne no tuvo tiempo siquiera de enfrentarlo, pues de la nada sintió un fuerte golpe en la cabeza y todo se nubló, siendo el sonido de sus llaves estrellándose contra el suelo lo último que pudo escuchar.


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Esa mañana Susan Holls despertó a la misma hora y se alisto para ir al restaurante. Se dio un baño, se arregló y decidió desayunar algo ahí mismo. La pelirroja se encontraba sentada en la mesa del desayunador y cada que el canal de noticias se iba a comerciales, la mujer aprovechaba para leer la revista que se había comprado recientemente y que contenía recetas de cocina. Para cuando levantó la vista, inmediatamente se puso de pie al ver la hora que era. Salió corriendo escaleras arriba hacia el cuarto de su hija, que a pesar de que ya era tarde aún no bajaba a desayunar. Susan abrió la puerta de la recamara de Dianne y se quedó congelada en el umbral ante lo que apareció a sus ojos. Su hija no se encontraba ahí, pero lo sorprendente del asunto era que la cama y en general la habitación entera se encontraba en orden. La verdad es que Dianne cada que salía a la universidad dejaba un total caos en su cuarto, con zapatos fuera del closet, ropa sobre la cama y ésta sin tender.

—Vaya, ¿qué cosa le habrá picado que hasta tendió la cama? —río por lo bajo y negó con la cabeza, divertida y al mismo tiempo impresionada por la situación. Cerró la puerta y volvió al desayunador, donde todavía le quedaba algo de café en su taza.
La mujer en ningún momento se percató de lo extraño de las circunstancias y continuó mirando las noticias hasta que el reloj le indicó que ya era hora de ir a trabajar. Lavó rápidamente los platos del desayuno y apagó el televisor antes de salir de la cocina. Ya en el recibidor se puso una chamarra y tomó sus llaves, saliendo un segundo después y cerrando la puerta de la entrada detrás de ella. Se giró para colocar el seguro, cuando algo en el suelo le llamó la atención. Las llaves de su hija se encontraban tiradas y Susan las levantó, otra vez negando con la cabeza.

—Y seguramente tenía prisa —guardó las llaves en su bolso, continuando con normalidad y una vez puesto el seguro salió hacia el restaurante donde la actividad comenzaba.







Horas después, el lugar se encontraba más lleno que en la mañana y la pelirroja se veía obligada a ayudar en todo lo que pudiera, desde tomar órdenes, entregar cuentas o preparar los platos. Dianne todavía no aparecía y Susan comenzaba a preguntarse porqué estaría tardando tanto si hace una media hora las clases habían terminado. Fue en ese preciso momento, mientras ella limpiaba una mesa que acababa de ser desocupada, que un alto muchacho castaño apareció por la puerta, con el ceño fruncido y un gesto un tanto preocupado.

—Hola Susan —saludó animadamente el muchacho al aproximársele. Cuando la mujer le escuchó dejo el paño con el que había estado limpiando para girarse y encarar al chico. Al verlo sonrió.

—Sammy llegan algo tarde —comentó y con la mirada comenzó a buscar a su hija. En el momento que no la vio por ninguna parte volvió a mirar a Sam—. ¿Dónde está Dianne?
El joven enarcó una ceja con extrañeza antes de responderle.

—¿No está aquí? —la pregunta fue innecesaria cuando el rostro de Susan cambió totalmente y Sam supo que las cosas no iban del todo bien—. Dianne no está conmigo, de hecho, hoy no fue a la universidad. Es por eso que vine, creí que estaría enferma, yo…

Sam se detuvo cuando comprendió las cosas, al parecer, Dianne no estaba enferma y Susan no sabía dónde se encontraba su hija. La pelirroja dejó de ver al chico y cerró los ojos con fuerza, intentando mantener la calma y al mismo tiempo, luchando por poner en orden todas sus ideas, ya que si deseaba encontrar a su hija lo mejor sería pensar con la mente fría.

—¿No habrá salido con alguna amiga? —preguntó Sam, llamando la atención de la mujer quien le miró de nuevo. Esta al comprender lo que él le preguntaba movió la cabeza de un lado a otro dándole una negativa.

—No Sam, Dianne me habría llamado si se hubiera ido con alguien y ahora que lo pienso, no estoy segura de que siquiera llegara a casa…

—Yo la dejé en la entrada Susan, te puedo asegurar que llegó, no sé… —el castaño no pudo decir más pues la mujer le interrumpió.

—Sammy tranquilo, está bien, sé que la trajiste, pero necesito que me cuentes todo lo sucedido desde que se marcharon hasta que la dejaste en casa, ¿Pasó alguna cosa extraña? ¿Alguien más los acompañaba? —realmente el tono de la mujer le sorprendió, pues Sam esperaba que fuera un tanto desesperado.

—No, en absoluto. Vine por ella aquí y nos fuimos al cine, compramos las entradas y paseamos un rato en lo que la función comenzaba. Después compramos palomitas y un par de sodas y entramos. Ella y yo, nada más. Cuando la película acabo salimos e inmediatamente nos dirigimos hacia acá. El trayecto fue normal, no había nadie en los alrededores y cuando llegué nos despedimos y me marché, aunque no la vi entrar a casa. Es todo lo que pasó, lo siento Susan, debí quedarme hasta que entrara —se disculpó el joven. Tal vez la chica simplemente había decidido saltarse todas sus clases de ese día, pero conociéndola como él lo hacía, sabía muy bien que eso era poco probable y Sam realmente creía que había algo más ahí.

—Basta Samuel, no es tu culpa. Ahora, quiero que estés tranquilo y que vayas a casa, yo me encargaré de buscarla —Sue se daba la vuelta para marcharse, cuando el joven se adelantó y se colocó frente de ella, impidiéndole el paso.

—Espera un segundo, ¿Tú notaste algo extraño en tu casa? No sé, ¿alguien trató de entrar, las cerraduras estaban forzadas, algo…?

—No Sam, todo está bien, por favor ve a… —y en eso le vino a la mente. ¡Las llaves! ¿Cómo se le había pasado? Su hija estaba en peligro, ahora podía sentirlo con más claridad—. Ve a casa —finalmente dijo, antes de pasar a su lado y desaparecer por la puerta de la cocina.



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Dianne abrió los ojos desorientada y se vio obligada, de inmediato, a parpadear varias veces para adaptarse a la intensa luz artificial que iluminaba aquella habitación en la que se encontraba. A medida que iba recobrando la consciencia la joven comenzó a recordar los últimos sucesos, anteriores a encontrarse ahí. De pronto, una punzada de dolor la atravesó y llevó una de sus manos hasta la cabeza, descubriendo así una serie de puntadas en su frente. Entonces notó las voces al fondo de la habitación, voces que no podía reconocer.

—¡Imbécil te dije que la trajeras, no que le abrieras la cabeza! ¡Si por ese golpe no puede localizar a Charles, serás tú quien le explique a Frederic!

—Lo siento Eric, no le pegué tan fuerte —se excusó Bill—. Además, no es mi culpa que sea tan delicada, quien se iba a imaginar que iba a estar inconsciente más de doce horas.

—Si bien dicen, cuando quieres que algo salga bien tienes que hacerlo tu mismo —dijo, más para sí mismo que para el otro vampiro—. Ya, lárgate.

No queriendo tentar a su suerte, Bill salió inmediatamente de ahí sin esperar otra advertencia para hacerlo, más, conociendo el temperamento de su jefe y las cosas que podría hacerle si no le obedecía.

La muchacha se removió en el sillón de piel donde se encontraba y no perdió detalle de la conversación que se había llevado acabo frente a sus ojos. Y aún con que seguía un tanto desorientada y sentía una enorme desconfianza hacia aquellos hombres, no podía dejar de mostrar curiosidad por el alto rubio que en ese momento le daba la espalda. Por una parte, Dianne quería saber cómo es que había llegado hasta ahí, quienes eran ellos y porque la habían secuestrado. Pero, por otro lado, algo en el imponente hombre le intrigaba, por lo que lo observaba con más interés del que le gustaría admitir.

Eric, al sentir la mirada de la rubia sobre él, giró el rostro en dirección a ella.

—Vaya, vaya, la princesa por fin despertó —dijo irónicamente, caminando hacia ella—. Ya era hora.

A pesar del dolor en la frente, Dianne enarcó una ceja al ver la actitud arrogante del rubio y lo miró desafiante.

—No me habría dormido si tu perro no me hubiera golpeado, idiota —replicó al instante, sorprendiendo a Eric por la valentía que la chica había tenido al responderle, la verdad muy pocas personas se atrevían a dirigirse de esa manera con él.

—Ah, tiene agallas la chiquilla Winchester —junto con las palabras una sonrisa mordaz hizo acto de presencia—. Si no fuera porque Frederic te necesita, ya tendrías el cuello partido en dos.

Al escuchar aquel nombre, Dianne se quedó pasmada por un segundo y frunciendo el ceño, se preguntó qué relación tendría aquel hombre con los Winchester. Al repetir en su mente las palabras del rubio, la chica inmediatamente supo que él creía que ella era Joanna. Estuvo a punto de aclararle quién era ella en verdad, pero su instinto de cazadora salió a flote y la detuvo. Podría suceder que si le decía quién era realmente ella, él cumpliera su amenaza y la matara. No, lo mejor, al menos por ahora, era seguirle el juego. Le haría creer que, en efecto, ella era Jo.

—Al parecer estoy en desventaja, ¿Quién se supone que eres tú? —preguntó desafiante la chica.

La sonrisa en el rostro de él se ensanchó y Eric terminó por llegar hasta donde ella se encontraba. Más cuando estaba por responderle, una mujer de aspecto frío entró en la habitación adelantándose a él.

—No estás aquí para hacer preguntas —le dijo cortante, colocándose posesivamente entre Dianne y Eric.

La chica, sin detenerse por el dolor en la cabeza, se levantó del sillón para encarar a aquella mujer. Dianne se cruzó de brazos y la miró de arriba abajo.

—Me parece que esta conversación es de dos —dijo, nuevamente con el tono desafiante. Podía que no supiera quienes eran ellos y lo que querían con ella, mucho menos si la dañarían, pero Dianne no iba a mostrarse débil, nunca lo había hecho y no tendría porqué hacerlo ahora.

Pam al escucharla inmediatamente se puso a la defensiva y se acercó amenazante a la joven. Pero antes de que pudiera hacer algo, Eric la detuvo, agarrándola del brazo.

—Pam vete —le ordenó, sin quitar la mirada de la joven—. Tengo un asunto que arreglar con ella.



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Susan se encontraba en su despacho, pegada al teléfono mientras pasaba de una hoja a otra de las agendas telefónicas de su hija. Las últimas 2 horas había llamado a todo conocido de Dianne en su intento de localizarla, aunque en el fondo, la pelirroja presentía que las cosas eran más graves que una simple escapada con amigos. Algo le decía que su hija estaba en peligro.

Justo en el momento que terminó la llamada que había hecho, el teléfono sonó y Susan tomó con rapidez el articular, esperando que fuera su hija.

—¡¿Dianne?! —dijo inmediatamente, con desesperación.

¿Sucede algo con Dy? Soy Tom —le preguntó preocupado—. He estado intentando marcar desde hace una hora y siempre esta ocupado ¿Qué pasa, mucho trabajo en el restaurante?

—No, no Tom, todo está bien —respondió intentando ocultar la verdadera situación y su preocupación.

Vamos, te conozco y sé que algo está sucediendo. ¿Le pasó algo a Dianne?

Susan no pudo evitar suspirar al escucharlo, por más buena que fuera para ocultar las cosas no podía engañar al muchacho. Así que con resignación, decidió que lo mejor era contarle.

—Dianne está desaparecida.

Al otro lado de la línea todo quedó en silencio. Susan no supo más que decir así que esperó a que el joven le respondiera. Aquellos pocos segundos le parecieron eternos, hasta que él por fin rompió el silencio.

¡¿Qué?! ¿Cómo que no está? —dijo el muchacho, ahora preocupado—. Salgo en el primer vuelo para allá.

—No, no puedes dejar botada la escuela. Además, no estás cerca y es un vuelo muy largo. Yo me encargaré de buscarla y cualquier cosa que ocurra te lo haré saber —se apresuró a decirle—. Me tendrás más tranquila si te quedas allá, te prometo mantenerte al tanto.

¿Más ayuda el que no estorba?

—Thomas, sabes que no quise decir eso —contestó exasperada, en ese momento Susan no estaba para bromas—. Bueno, tengo que colgar por si ella llama, te hablo después, te quiero —sin esperar la respuesta de él, colgó.

Susan pasó al siguiente número en la agenda y tecleó con rapidez. Se colocó el teléfono al oído y esperó, sonó un par de veces y cuando estaba por colgar finalmente le contestaron.

Hola Susan ¿Qué tal? —dijo el hombre en seguida.

—Hola Caleb, ¿Charlie se encuentra ahí? —preguntó sin rodeos.

No, ella salió hace un rato ¿Necesitas algo? —algo en el tono de voz de ella, le había hecho sospechar que algo no marchaba del todo bien, más, por la extraña actitud de la pelirroja.

—Quería saber si Dianne no está con ustedes —respondió directamente.

No, ella no está aquí. ¿Sucede algo Susan? —la mujer se quedó callada unos pocos segundos, sabía que esta vez no podría ocultarlo.

—Ella desapareció desde anoche y no la encuentro por ninguna parte. He estado llamando a todos pero nadie sabe nada de ella.

¿Ya le has dicho a John?









La camioneta se movía con rapidez por la carretera. John Winchester iba frente al volante, con una enorme sensación de alegría flotando en el ambiente como resultado de la visita que le había hecho Joanna. Había estado en Nebraska una semana y aprovechó cada instante para pasarla con su hija como ya le era costumbre hacer cada que no había mucho trabajo que hacer. A John le llenaba a sobremanera pasar unos días con ella dado que la chica le recordaba en muchos aspectos a Mary. El hombre sonrió con nostalgia al recordar el rostro de su difunta esposa y justo en ese instante, su teléfono comenzó a sonar. Como pocas veces, John lo sacó del bolsillo de su chamarra y contestó.

—Winchester —dijo, a secas.

John, soy yo, Susan. Necesito tu ayuda —pidió con urgencia—. ¿Estás ocupado?

—¿En que te puedo ayudar Sue? —respondió en seguida, al notar el tono de voz de la mujer.

De inmediato, Susan comenzó a relatarle lo ocurrido sobre la desaparición de su hija. John escuchó con atención todo el relato e interrumpió un par de veces para hacerle alguna pregunta.

—Muy bien, estoy a dos horas de camino. Apenas llegue iré para allá —dijo mientras pisaba más el acelerador—. Y no te preocupes, la vamos a encontrar.



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En la casa de los Winchester los chicos se encontraban atareados como siempre, Sam por su lado, atendiendo sus obligaciones de la universidad mientras que Dean se dedicaba a limpiar sus armas. Por más que el alto muchacho intentaba concentrarse en su tarea, le resultaba más que imposible, simplemente no podía dejar de pensar en lo ocurrido con su amiga y a cada segundo que pasaba, su preocupación iba en aumento. Y aún con que sentía que debía hacer algo, no tenía ni la más mínima idea de donde empezar y aunque ya le había contado a su hermano éste le había dicho que no era nada de qué preocuparse y que solo lo ignorara. Obviamente, la actitud de Dean provocó el mal genio de Sam y por más que éste lo intentó, ya no pudo ocultarlo.

—¡Joder Dean, ya ensuciaste mi libro! ¡Te dije que te quitaras! —explotó finalmente, levantándose de la mesa y gritándole a su hermano.

—No es para tanto. Ya en serio Sammy, ¿qué te pico? ¿Acaso está en remodelación la biblioteca o de plano te la cerraron? —se burló Dean, sin darse cuenta realmente de lo molesto que estaba Sam—. Si es por lo de Dianne, te lo repito, no deberías preocuparte. Esa mocosa de seguro se escapó con algún idiota por ahí y al rato aparece.

—¡Es que ella no es así! ¡Carajo Dean, como si no la conocieras! Bien sabes que… —de pronto y sin verlo venir, el muchacho había caído de rodillas dejando la oración a la mitad. Un segundo más tarde, Dean se encontró a su lado preguntándole qué pasaba. 

—¡Sammy! ¡¿Qué tienes, qué pasa?! —preguntó con ansiedad al tiempo que revisaba que su hermano no estuviera herido—. ¡Háblame Sam!

Por más que Sam quiso responderle, el dolor que le cruzaba ahora por la cabeza le impedía siquiera el poder abrir los ojos. El muchacho se retorcía, ahora ya totalmente sobre el suelo, con las manos tomándose la cabeza con fuerza. Pero era inútil, no había manera de detener el extraño dolor que de la nada lo había asaltado. Y así como el dolor llegó, se fue sin más, como una ráfaga de viento. El muchacho se reincorporó con la ayuda de su hermano y quedando sentado en el suelo fue abriendo los ojos lentamente. Dean tenía la mirada clavada en él, todavía preocupado, pero se mantenía a la espera de la respuesta de su hermano.

—Ya puedes soltarme Dean —dijo el castaño al sentir el fuerte agarre en los brazos que comenzaba a lastimarle. Al escucharlo, Dean lo soltó inmediatamente.

—¿Qué fue eso Sam? —preguntó finalmente, con los ojos aún puestos en el muchacho.

Sam sacudió un segundo la cabeza y le miró con extrañeza. ¿Cómo explicarle? Ni siquiera el propio Sam estaba seguro de lo que había ocurrido. Todo sucedió muy rápido. El dolor, la intensidad y de pronto, imágenes reproduciéndose en su cabeza sin explicación alguna. Imágenes de…

—No sé muy bien lo que pasó, pero, Dean… —el chico se detuvo a media frase, un tanto inseguro de cómo tomaría su hermano lo que estaba por decirle—. Creo que fue una visión. Tuve una visión de Dianne y creo saber donde está.



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John se bajó de la camioneta y cerró de un portazo, para con rapidez caminar hasta la entrada de la casa de Susan. El hombre levantó la mano para tocar el timbre, pero ni siquiera había presionado el botón cuando la puerta ya se habría y la imagen de una mujer desesperada aparecía ante la vista del pelinegro.

—Asumo que no ha aparecido ¿verdad? —dijo John, aunque deseó haberse callado cuando la mujer le dirigió una mirada que lo pudo haber matado. Antes de que pudiera decirle alguna cosa sumada a su mirada, John la interrumpió—. ¿Has tenido alguna otra noticia, algo?

—No, nada —negó con la cabeza—. Llame a todos, familia, amigos y conocidos, pero nadie sabe nada. La última persona que la vio fue Sam y él tampoco me dijo nada útil, ¡John necesito encontrarla ya!

—Calma Susan, que si te alteras solo vas a complicar más las cosas —el hombre colocó con delicadeza una de sus manos sobre el hombro de la pelirroja—. Ahora, vuelve a decirme qué pasó anoche, por favor.

Susan estaba por iniciar su relato, cuando el teléfono de John comenzó a sonar y la interrumpió. Sin embargo, el hombre se limitó a asentir para indicarle que continuara e ignoró el timbre del teléfono. La mujer entonces continuó hablando, aunque segundos mas tarde el teléfono volvió a sonar y a sonar.

—John —dijo Susan, interrumpiéndose a sí misma—. Creo que es importante, deberías contestar…

—Puede esperar… —respondió, pero en ese momento sonó nuevamente el teléfono.

—No lo parece, por favor contesta, igual podría ser alguna noticia —lo alentó.

Medio a regañadientes, John sacó el celular de la bolsa interior de la chamarra de cuero y contestó.

—John Winchester

¡Papá al fin respondes! —exclamó alterado—. Tienes que venir a casa ahora, yo…

—Más vale que sea importante Sam…

¡Lo es! Es que, Susan me dijo que Dianne desapareció y yo tuve un… un sueño y creo saber donde está —dijo apresurado, aunque John pudo entender todo lo que decía.

—Sam, justamente estoy con Susan ayudándola. Cuando tengas algo más importante que decirme y no tonterías como un sueño, me vuelves a llamar ¿De acuerdo? —mencionó John, en un tono muy serio, al borde de perder los estribos.

Pero papá…

—¡Joder Samuel, estoy muy ocupado! No tengo tiempo para niñerías. Adiós —colgó sin más y guardó el teléfono, ahora si visiblemente molesto. John volvió la vista a Susan, quien le mirada con el ceño fruncido—. No ha sido nada, no te preocupes. Bueno, sígueme contando.

Susan continuó narrando los sucesos, desde la noche anterior hasta la llegada de John. El hombre escuchó atentamente, sin decir nada ni una sola vez y cuando Susan terminó, se quedó callado por unos segundos meditando la situación.

—Ok —dijo, rompiendo el silencio—. ¿Sabes si Dianne llevaba su celular?

—Pues si, me marcó algunas veces antes de que Sam la trajera —le respondió con seguridad y con un gesto que parecía que hacía memoria de esas llamadas.

—Vale, dame su número y déjame usar tu computadora por favor.

Inmediatamente Susan se dirigió a su oficina, le indicó que se sentara y segundos después le llevó en un papel el número de Dianne.

John tomó el teléfono junto a la computadora y tecleó rápidamente. Hasta ese momento Susan no tenía ni la más mínima idea de lo que John pretendía hacer, pero no preguntó nada aun así.

—Buenas tardes, disculpe que lo moleste pero mi hija fue a un concierto de Bon Jovi anoche, no ha regresado y me tiene preocupado…  ¿Qué? Si, Bon Jovi es toda una amenaza…  Si, si, los muchachos son los muchachos….  ¡No, por supuesto que no consume drogas! Lo que pasa es que Dianne es diabética y si no obtiene su insulina, yo… tengo que encontrarla, por favor, se lo suplico… —entonces se giró a la computadora y comenzó a teclear ahí—.  Si, claro, ya estoy en la página, solo necesito que active su GPS del teléfono…  Si, ahí está, Duluth Minnesota…   Si, es un viaje largo para un concierto, bueno, agradezco su ayuda —finalmente colgó y se giró hacia Susan—. Ya se donde está, vamos.



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—Basta Sam, si papa dijo que él se encargaría de eso, él lo hará ¿me oíste? —insistió una vez más.

Por mas que Dean se había pasado los últimos 20 minutos tratando de convencer a su hermano que dejara la búsqueda de Dianne en las manos de John, el menor de los Winchester simplemente lo ignoraba mientras iba de un lado a otro por toda la habitación recolectando armas y artefactos que le serian necesarios para emprender su propia cacería. Sam estaba decidido a ir en búsqueda de su amiga y dado que su padre no le había creído y al parecer su hermano no iba a cooperar, tendría que ir él solo. No era la gran cosa, la verdad había hecho cacerías solo alguna vez y aunque fuera poca la información que había obtenido de su visión, al menos tenía por donde empezar.

—¡Sam, ya detente! —gritó Dean, ahora desesperado por la actitud de Sam.

—¡Con un carajo Dean, no lo voy a hacer! Si nadie quiere escucharme y creerme esta bien, tampoco me importa si no quieres ayudar, yo voy a ir por ella y nada me va a detener, ni siquiera tú —dijo y le dio la espalda para terminar de guardar las cosas en la mochila.

—Venga Sammy, piénsalo un poco, no tienes nada más que… más que esa visión, ni siquiera sabemos porque te pasó y lo único que haces es salir corriendo en busca de Dianne —Dean se acercó hasta donde estaba su hermano y esta vez le habló con más tranquilidad.

—Ya lo sé Dean —el muchacho dejó el arma que estaba por guardar para mirar a su hermano—. Vaya que lo sé, ¿crees que no me parece extraño todo esto? Pero, Dean, lo siento, es como una corazonada que me lo dice… —suspiró, haciendo una breve pausa—, ven conmigo o deja que yo vaya, es lo único que puedo ofrecerte, la diferencia es que vengas o no, igual terminaré saliendo a buscarla —terminó de guardar todas las cosas y se echó la maleta al hombro, inmediatamente dirigiéndose a la puerta.

El muchacho rubio se quedó ahí, pasmado, pensando en lo que Sam le había dicho. Ni siquiera el sonido de la puerta cerrando le sacó de sus pensamientos, Dean se debatía entre si seguir a su hermano o hacer lo que su padre haría estando ahí. Solo unos segundos después tomaba las llaves del impala y salía disparado hacia él, muy en el fondo Dean sabía que su hermano tenía razón, así que se subió al impala y lo encendió.

Sam ya caminaba por la calle, cuando de pronto un familiar sonido le hizo detenerse y voltear. En cuanto lo hizo se encontró con la imagen del impala acercándose y deteniéndose una vez que llegó hasta él. Dean bajó del auto, aunque no se aproximó hasta Sam.

—Anda ya, reina del drama, súbete al auto y vamos a buscar a esa mocosa.



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Aquellas últimas dos horas, lo único que se había podido escuchar en la oficina del vampiro habían sido gritos, reclamos y discusiones. Dianne y Eric no dejaban de cuestionarse el uno al otro y por ende, cuando uno comenzaba las preguntas el otro se ponía a la defensiva. Ambos ya estaban hasta el límite, Dy por su parte ya se le habría tirado a los golpes. Por el lado de Eric, si de él dependiera, la chica ya se encontraría con el cuello partido en dos y sin una gota de sangre, más sabía que si quería lograr sus propósitos debía de mantenerla con vida y eso, solamente eso era lo único que lo detenía.

Sus miradas se cruzaron por un segundo. La rubia inmediatamente desvió la mirada cuando con apenas mirarle a los ojos una sensación extraña la invadió, una sensación como de peligro. Cuando Eric notó esto, extendió una sonrisa de malicia en su rostro y se puso de pie para rodear su escritorio y colocarse frente de él.

—¿Así que ni siquiera puedes sostenerme la mirada? —preguntó con burla y torció la sonrisa—. ¿O acaso me tienes miedo cazadora? —la retó—. Mírame.

—Puedes seguir participando, pero yo no sigo ordenes y mucho menos las de un patán como tu —replicó sin siquiera moverse—. A todo esto, ¿Cómo es que sabes que soy cazadora? ¿Cómo es que sabes quién soy yo?

—¡Con una mierda! ¡Ya basta! —gritó, provocando que la rubia finalmente volteara a verle, justo en el momento para observar como de una patada mandaba una silla hasta la pared y se destrozaba. A pesar de la impresión, la chica no demostró ningún atisbo de miedo—. ¿Qué acaso nunca te enseñaron a quedarte callada, a no hacer preguntas? —dijo mientras se acercaba peligrosamente hasta ella—. Deberías aprender niña, porque esa boquita tuya te está metiendo en muchos problemas…

—Aja ¿y es en este momento donde debería ponerme a llorar? —la sonrisa que se había plantado en su rostro se borró por completo cuando, a una velocidad impresionante Eric terminó por acercarse hasta ella y sin ninguna dificultad la tomaba de los hombros poniéndola de pie . El rubio, en su arranque de furia le tomó con ambas manos de la cara y sin poder controlarse, dejaba que sus colmillos se extendieran.

—Estás cruzando la línea niña… —mencionó, medio arrastrando las palabras.

—¿Y qué vas a hacer al respecto? ¿Comerme? La verdad no creo que la pimienta venga mucho conmigo… —a pesar de que ella sentía realmente miedo, había logrado controlarlo.

—No me retes niña —dijo el vampiro, hablando con extremo cuidado.

Sin poder evitarlo, Dianne soltó una carcajada y de modo burlón enarcó una ceja.

—¿Niña? ¿Qué, acaso el anciano tiene mil años? Déjame decirte que la vejez te está haciendo muy gruñón —y apenas acabó de decir aquello se arrepintió. El agarre en su rostro se había vuelto más fuerte y de pronto, a ella le pareció como si Eric se acercara todavía más a ella y le miraba fijamente, visiblemente molesto. Sus colmillos seguían completamente extendidos y por un segundo, creyó que le iba a matar.

Pero no lo hizo. Algo, muy en el fondo de él le detuvo y no tenía nada que ver con las órdenes de Frederic.

—¿Qué esperas Eric? —susurró la rubia, mirándole desafiante—. ¿O acaso me tienes miedo vampiro? —el par de ojos grises se abrieron significativamente cuando escuchó sus mismas palabras en la boca de ella.

—No juegues conmigo Elizabeth… ¿O tal vez debería llamarte Joanna? —una máscara de seriedad entonces se instaló en su rostro al oír aquel nombre. Si tan solo él supiera quién era ella en realidad…

—¿O qué?

Y justo cuando Eric estaba por responderle, la puerta de su oficina se abrió de golpe. El vampiro no se inmutó y continuó en la misma posición, extremadamente cerca de la rubia, con los colmillos extendidos y con la mirada fúrica. Aun así, sabía perfectamente quién había entrado.

—¿Qué mierda quieres Bill? —preguntó con rabia, sin voltearse a mirarlo.

—Pam me ha mandado a decirte que se acabó el whiskey y necesita que hagas el pedido.

No pasó un segundo más cuando de la nada y a una velocidad increíblemente rápida, Eric apareció frente a Bill y lo tomó de la camisa, para azotarlo contra la pared. A decir verdad, de ser otro cualquier momento y de no haber estado el rubio tan molesto, solo le habría dicho que se marchara, pero estaba tan iracundo que al no poder descargar su enojo con Dianne, fue Bill el blanco perfecto para su desquite—. ¡¿Quién jodidamente te crees para entrar a mi oficina así y decirme esta estupidez?! ¡Estoy ocupado, mierda! —todavía tomándolo del cuello, lo levantó con fuerza sin despegarlo de la pared—. Ya que tu idiotez y el poco cerebro que tienes no te permiten hacer nada bien, haz algo útil y llévate a la mocosa esta al sótano —en ese momento lo soltó y el vampiro castaño cayó al suelo.

Sin una mirada atrás Eric salió de la habitación con rapidez y lo último que Dianne pudo observar fue la tensión en sus hombros, antes de que Bill se acercara a ella y la llevara al sótano.



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Después de lo que parecieron interminables horas de viaje, John y Susan llegaron a Duluth. Eran cerca de las 3 de la mañana cuando por fin aparcaron en una cafetería del pueblo, a decir verdad les hacía falta aunque sea tomarse un café para emprender su búsqueda, así que rápidamente entraron al local.

Dentro, el calor les envolvió y mientras se dirigían al mostrador a pedir sus cafés, la pelirroja miró a su amigo con preocupación. Él notó su mirada y de inmediato la tranquilizó.

—Todo estará bien Sue, la vamos a encontrar —dijo, de una manera reconfortante.

—Lo siento, es que con todo esto me cuesta trabajo pensar. No sé ni por dónde empezar a buscar —estuvo a nada de volver a llorar, pero se dijo a sí misma que eso no ayudaría en lo absoluto.

—Para eso me tienes a mi —al decir aquello, Susan extendió una pequeña sonrisa en su rostro. En definitiva, no sabía qué haría sin él ayudándola en ese momento.

Pronto llegó su turno y ambos ordenaron un par de cafés americanos. Apenas pagaron y les entregaron su pedido, salieron de la cafetería.

—Bien, creo que lo mejor será buscar un hotel para descansar unas cuantas horas —dijo apenas estuvieron a fuera, rodeando la camioneta y abriendo la puerta del piloto.

—¿Qué? No, John, yo debo ir a buscar a mi hija, puede est… —ni siquiera terminó de hablar cuando él ya le había interrumpido.

—Susan, Susan, espera. ¿A caso no has visto qué hora es? Dudo mucho que ahora encontremos algo, además, ambos estamos cansados y tú necesitas dormir, ha sido un viaje muy largo —se le quedó mirando y supo al instante que la pelirroja iba a replicar a la explicación que él le había dado—. Iremos a descansar y no lo discutiremos más. Créeme, seremos mucho más útiles si vamos a dormir aunque sea un par de horas ¿De acuerdo?

Por el tono en que él le habló, Susan supo que no habría ninguna negociación, así que solamente asintió con la cabeza y al igual que él subió a la camioneta, rumbo al hotel donde podrían reponer las fuerzas para después iniciar la búsqueda.









Horas después y ya con el sol a todo lo que daba, Susan despertó. Cuando abrió los ojos y se encontró con tanta luz, al instante salió de la cama. Miró a su alrededor y cuando se dio cuenta que estaba completamente sola, al instante se alteró. Corrió a la entrada de la habitación y en ese preciso momento, la puerta se abrió y por ella entró John.

—Buenas tardes Sue, ¿Qué tal dormiste? —preguntó tranquilamente, mientras la pelirroja lo veía sorprendida.

—¿Qué tal dormí? ¡Por Dios John, ¿Qué hora es?! —exclamó con angustia.
—Son las 2 de la tarde, ¿Pasa algo? —preguntó mientras se quitaba la chamarra y la dejaba sobre la mesa. En ese momento, Susan se percato de que John también había dejado una bolsa de papel en la mesa.

—¡Por supuesto que pasa algo! —explotó—. ¿Por qué carajos no me despertaste? ¡Tenemos que ir a buscarla, tengo que buscar a Dianne! —por la mirada que ella le dirigió al pelinegro, éste supo lo molesta que estaba.

—Discúlpame Sue, estabas muy cansada y no quise despertarte. Además, he salido a buscar y a preguntar a la gente… —no dijo más del asunto y a cambio sacó unas pequeñas cajas de unicel de la bolsa—. Te he traído algo de comer y más te vale que te lo comas todo, no quiero que termines desmayándote. Cuando acabes saldremos a seguir buscando.

Y aunque seguía molesta con él, no le quedaba otro remedio más que hacer lo que él le pedía sin más.



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Pasados un par de días, Dean y Sam se encontraban en Memphis, Tennessee. Habían llegado hasta ahí gracias a la visión que había tenido el joven Winchester, quien había visto un letrero de carretera indicando dicha ciudad. Habían pasado aquel último día preguntando por todo el pueblo y todavía no tenían rastro alguno, por lo que decidieron quedarse en un motel por esa noche y después continuar con su búsqueda.

A la mañana siguiente, Sam rondaba la pequeña habitación con desesperación. Llevaba ya un rato esperando a su hermano, quien todavía no salía de la regadera. Cuando escuchó que se cerraba la llave del agua y por fin Dean salía del baño, Sam giró para encarar a su hermano.

—Es tarde, se supone que debimos haber salido hace veinte minutos —dijo, mirándole molesto y todavía desesperado.

—Relájate hermano —le respondió despreocupadamente—. No querrás que tu cabello se caiga —una risa brotó de su interior y pasó de largo a Sam, tomando su ropa de la cama y dirigiéndose nuevamente al baño.

—¿Quieres apurarte? Tenemos trabajo que hacer —volvió a recordar el joven. Era una realidad que estaba de lo más preocupado y exageradamente desesperado por encontrar a su amiga.

—Ya voy Sam, tampoco es como si la mocosa fuera a desaparecer —y aquel comentario detonó la bomba.

—¡Joder Dean ¿Cuándo podrás tomarte las cosas en serio!? No estamos hablando de cualquier persona, se trata de Dianne la que… —su voz se ahogó de repente y lo siguiente que supo es que había caído al suelo. Al oír el ruido de la caída, Dean salió disparado del baño.

—¿Qué ha pasado…? ¡Joder! —no tardó en estar junto a su hermano, quien se retorcía del dolor—. ¡Sam, Sammy!

Solo un par de segundos más transcurrieron antes de que el muchacho pudiera recomponerse. Abrió los ojos, ahora aterrado y fijó la vista en el rostro de su hermano, que le miraba con ansiedad.

—¿Has tenido otra… otra visión? —preguntó con cautela, a lo que el menor afirmó con solo asentir con la cabeza—. ¿Y qué viste? ¿Alguna cosa nueva?

—Ya sé donde está —dijo, con la voz tensa—. Tenemos que llamarle a Bobby.



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Pasados tres días, la situación se volvía aún más difícil. Susan traía un humor de los mil infiernos y John trataba a todas de ser paciente con ella, de no explotar también porque sin duda afectarían su búsqueda. Pero para esas alturas, ya habían recorrido casi todo el pueblo y al todavía no tener ninguna señal de la rubia, el estrés de ambos iba en aumento.

Así, terminaron casi al límite de Duluth, en un parque puesto que John había vuelto a revisar el GPS del teléfono de Dianne y los había llevado hasta ahí. Aparcaron en el primer lugar que encontraron y ya bastante ansiosos bajaron de la camioneta. Por lo primero que podían observar, el parque estaba completamente vacío y por supuesto, sin Dianne a la vista. Con todo ello, se adentraron un poco más para buscar más detalladamente y en ese momento, un objeto oculto entre el pasto llamó la atención del cazador. John se agacho y tomó lo que ahora era lo que quedaba de un teléfono celular, golpeado y maltratado, con la pantalla rota y lleno de tierra y pasto. Supo de inmediato que pertenecía a la rubia y gracias al cielo el GPS no se había dañado. Pero el asunto era preocupante, sí, ahí estaba el teléfono, pero ella no.

—Sue, ven por aquí, encontré algo —dijo poniéndose de pie y girándose hacia la pelirroja que llegaba corriendo hasta él. Al ver lo que John sostenía en las manos y al darse cuenta que era el celular de su hija, de inmediato se lo arrebató de las manos.

—¿Y ella John? ¡¿Dónde está?! Dios mio… —la angustia en su voz comenzó a subir de nivel y un millón de imágenes comenzaron a pasar en su mente. Escuchó al hombre suspirar y volvió a encararlo—. ¡¡John respóndeme ya!! —gritó con desesperación y el hombre se acercó hasta ella.

—Solo encontré el teléfono Sue, pero eso no significa nada todavía. Por favor cálmate, voy a llamar a Bobby a ver si tiene alguna noticia o sabe algo —sacó entonces su teléfono de su pantalón y rápidamente marcó a su amigo. Espero unos segundos antes de que el otro cazador le contestara la llamada—. Bobby, si, si, soy yo. Solo llamaba para preguntarte si no han tenido ninguna noticia de Dianne…

Lamento decírtelo John, pero de momento no sabemos nada —por el tono de su voz, el pelinegro supo que él también estaba preocupado.

—Joder… —fue lo único que pudo decir y al instante comenzó a pensar que hacer a continuación. Pero antes de que pudiera poner un plan en marcha, Bobby le interrumpió la línea del pensamiento.

Por cierto John, ya dile a tus muchachos que dejen de estar llamando cada cinco minutos, se están volviendo una molestia en el trasero… Ya están peor que tú —se quejó el cazador, aunque al final de aquella frase no pudo evitar reír.

—¿Qué? ¿Para qué te han estado llamando ese par? —cuestionó al instante, visiblemente molesto.

A decir verdad ha sido muy extraño, me han preguntado cómo se puede matar a un vampiro —en ese momento, ambos cazadores se quedaron callados y Bobby supo que algo andaba mal—. ¿Pasa algo John?

—¡Maldición, Bobby! ¿No te dijeron para qué lo necesitaban o a donde iban? —de un momento para otro había comenzado a gritar.

Cálmate, creí que tú los habías enviado a alguna cacería, lo único que sé es que estaban en Memphis…

—Si te vuelven a llamar diles que voy para allá y que les espera una muy buena —sin permitir que el otro cazador dijera algo más, John colgó y guardó el teléfono. En ese momento se percató de la mirada de Susan, interrogativa, sobre su cara—. Debemos irnos —fue lo único que dijo sin explicación alguna.



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Mientras tanto, Dean y Sam se habían puesto en marcha y ahora se encontraban en la carretera. El joven Winchester iba mirando el mapa, con el ceño fruncido.

—¿Qué pasa ahora Sammy? —preguntó Dean mirándole con una mueca en el rostro.

—Estoy buscando el bar que vi, pero no encuentro nada… —por el tono con el que contestó, Dean bien supo que su hermano estaba bastante estresado y desesperado, pero aun así intentaba controlarse.

—¿Exactamente qué viste en tu visión, cómo sabes que hay que buscar un bar? —preguntó con curiosidad.

—Vi una cajetilla de fósforos y que decía “Fangtasia. Bar and Nightclub”

—¿Y también viste a los vampiros? Demonios Sam, estamos yendo más allá de todo… —el rubio suspiró y de reojo miró a su hermano cuando éste asintió para responder a su pregunta. Un largo silencio reinó el ambiente, hasta que con una nueva idea, Dean volvió a hablar—. ¿Porqué no le llamas a Ellen? Digo, ella tiene un bar y podría ser que sepa algo…

Sam levantó el rostro del mapa y miró a su hermano sorprendido, por primera vez en los últimos tres días decía algo útil y sin sarcasmo. Sin decir nada más, Sam siguió el consejo de su hermano y llamó a la cazadora. Después de mantener una conversación corta, la mujer le dio la información que Sam necesitaba y que por un segundo le hizo sentirse mejor. Se despidió de ella un poco más animado y después colgó.

—¿Y bien? —dijo inmediatamente Dean, sin despegar la mirada del frente.

—Debemos ir a Shreveport en Luisiana —y por la cara que puso Dean, Sam supo que sería un camino largo.



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El sótano de Fangtasia era un lugar completamente distinto al bar, al punto que no parecía pertenecer a la misma estructura del local. El bar para empezar tenía una buena fachada, discreta, pero llamativa. Una vez dentro era un lugar con bastantes lujos, sillones, mesas y la barra. Todo era un conjunto, que hacían al lugar todavía más atrayente. Sí, podía tener un par de cosas fuera de lo normal, como las mesas donde algunos vampiros subían para bailar, pero era parte de todo. La oficina de Eric, ni hablar, todavía más lujosa. En cambio, el sótano… pues además de tener la pinta de cualquier sótano, era un lugar frío, con poquísimas cosas dentro de él. Estaba muy descuidado, con algo de basura y lo único que sobresalía era una mesa de metal en el centro con un par de sillas, un catre al fondo del lugar y extrañamente, un par de cadenas colgadas de una pared, con grilletes en estas.

Dianne se encontraba acostada en el catre y la única razón por la que no se había marchado ya o no había intentado escapar, es porque a lado del camastro se encontraban otras cadenas. Por supuesto, intentando hacer por una vez las cosas bien, Bill se había asegurado de ponerle ambos grilletes a la rubia y así había pasado tres días, acostada, pensando en alguna manera de escapar.

Hasta ese momento, todo se había mantenido en perfecta calma y silencio, cuando de la nada la puerta se abrió y fue azotada para que se cerrase. Dy pensó que se trataría de Bill, quien seguramente le vendría a insistir con que comiera algo. Más fue su sorpresa, cuando en vez de toparse con el castaño vampiro, había sido el mismísimo Eric quien bajó las escaleras y ahora se plantaba frente a ella, con los ojos encendidos por la ira. La joven enarcó una ceja, sin entender exactamente la razón de su enojo. No creía que fuera por lo sucedido días antes, porque si fuera el caso, seguramente Eric no habría esperado tanto para ir a desquitar la molestia que ella le había causado.

—¿Ahora qué? —preguntó con desgana, sin mirarle ni por un segundo a la cara.

Él no respondió y a cambio, se acercó hasta quedar completamente frente a ella. La chica no se inmutó, se mantuvo acostada en lo que más le parecía una dura y fría piedra a un colchón.

—¿Quieres decirme porque jodidos no quieres comer? —por el tono, supo que Eric venía hecho una furia. Y al instante, comprobó su teoría cuando a una velocidad impresionante, Eric llegaba hasta ella, le tomaba de la cara y le obligaba a mirarle a los ojos—. ¡Te estoy hablando, al menos mírame cazadora!

—¿Qué quieres que te diga? En el Eric’s Spa and Resort no hay ningún platillo que me apetezca… —la burla se podía notar en todo el comentario.

—Estoy llegando a mi límite Joanna… —dijo, arrastrando las palabras por la ira—. Ya no voy a soportar más berrinches y burlas tuyas. En este jodido momento me vas a decir lo que necesito o sino, te partiré el cuello para que dejes de ser un fastidio… —una sonrisa de malicia se apareció en su rostro y aun así, Dianne no hizo nada—. Dime ¿Qué prefieres?

—No sé qué carajos quieres y me importa un bledo, así que no cuentes con mi ayuda —sin saber cómo, se soltó del agarre y se dio vuelta, dándole la espalda.

—¡Joder! —gritó y tomando las cadenas, las zafó de la pared. Así, agarró a la rubia y la colocó en su hombro. Caminó así hasta la mesa, donde la sentó y utilizando su gran fuerza, ataba las cadenas a los descansa brazos—. Me importa una mierda lo que te importe o no. Vas a hacer lo que yo te digo, así tenga que obligarte. ¡Busca a ese hijo de puta, a Charles, búscalo psíquica o te arrancaré la cabeza en ese instante!

¿Buscar a quien? ¿Psíquica? ¿Qué rayos tenía en la cabeza aquel vampiro? Dianne no tenía la más mínima idea de lo que le estaba hablando y por supuesto, este hecho se vio reflejado en su rostro y aumentó, cuando ella frunció el ceño confundida.

—Espera, espera ¿Qué? Creo que has estado tomando mucha sangre pesada, estas loco ¿Quién jodidos es Charles y porque tengo que buscarlo yo? —le miró, con el mismo gesto y sin entender nada aún.

—No te hagas la tonta, todos sabemos de la psíquica de Lawrence, así que déjate de boberías y haz lo que yo te digo, ahora Joanna —su mirada se intensificó, mientras luchaba por no acabar de una vez por todas con ella.

—¡Joder, no soy ni una jodida psíquica y mucho menos Joanna! —gritó impulsivamente y al instante deseó haberse callado. Acababa de esfumar la única razón que le mantenía con vida y ahora que él había escuchado que ella no era Joanna seguramente la mataría sin más.

Lo observó entonces, ahora si con un miedo palpable en su rostro. El vampiro abrió los ojos de par en par y apareció frente a ella, ahora totalmente frenético.

—¿Qué mierda estás diciendo? ¡¿Cómo que no eres Joanna?! —y ahora, más enojado por lo que acababa de descubrir, con un simple movimiento la mesa de metal salió volando—. ¡Dime quién carajos eres!

—Si te lo digo o no igual terminarás por matarme —dijo, aun con miedo pero enfrentándolo igual—. ¿Qué diferencia habría?

—Niña, has estado subestimándome y yo me he pasado de paciente. Debí haber hecho esto desde un principio…

—¿Qué cosa? —preguntó, pero para cuando lo hizo, Eric ya le tomaba de la cara inmovilizándola. Dianne sabía qué venía a continuación, pero antes de que pudiera cerrar los ojos, él ya había empezado.

—Vas a decirme todo en este instante, quién eres y porqué estás tú aquí en vez de la psíquica. Responderás a todo y obedecerás a lo que yo diga y nada más ¿De acuerdo? —la joven rubia intentó resistirse a la hipnosis, pero no pudo detenerlo. A pesar de que en el fondo no quería, su mente y cuerpo reaccionaron a lo que él pedía. Asintió entonces y él sonrió victorioso, antes de comenzar con las preguntas.



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Dean llevaba algo así como veinte minutos esperando en el auto. Según lo que Bobby les había dicho, para matar a un vampiro necesitaban decapitarlos pero dado a la naturaleza de estos y contando con sentidos más agudos, eran un tanto difícil de matarlos, por lo que si querían debilitarlos un poco necesitaban introducir en su organismo sangre de una persona recién fallecida. Así, habían llegado a una funeraria en Luisiana y Sam se había marchado hace unos veinte minutos en búsqueda de la sangre de hombre muerto. En el transcurso de ese tiempo y dado a lo aburrido que Dean estaba, el muchacho prendió el radio y se acostó a lo largo de los asientos delanteros.

It's the eye of the tiger, it's the thrill of the fight, rising up to the challenge of our rival… —cantaba el rubio mientras movía las manos simulando que estaba tocando una batería. En ese preciso momento llegó Sam y al observar a su hermano dio un golpe en el techo y de inmediato, el mayor se levantó sobresaltado.

—¿Es en serio, ahora eres Rocky Balboa? —Sam negó con la cabeza y en cuanto su hermano se acomodó bien en su asiento, él entró al auto.

—¿La tienes? —preguntó Dean al momento que le bajaba el volumen al radio.

Sam solo asintió con la cabeza y le mostró el frasco con la sangre.

—¿Ahora? —continuó Dean, mirándole interrogante.

Sam le entregó el frasco y sacó de la guantera el mapa. Tardó solo unos segundos en encontrar su ubicación y la del siguiente punto al que debían ir.

—El Fangtasia está a unas cuadras —levantó la cabeza, un tanto entusiasmado por encontrarse cerca de donde estaba su amiga.

—Muy bien Apollo, pongámonos en marcha —siguiendo las indicaciones de Sam, Dean condujo y en mucho menos de lo pensado, llegaron al bar.

Para ser apenas las ocho de la noche, el Fangtasia ya tenía una fila de personas esperando por entrar y por lo que podían ver, la fila se haría mucho más grande.

—Para ser un lugar de vampiros la fachada se ve muy discreta —dijo de pronto Dean—. Si yo fuera un humano cualquiera que viene por primera vez aquí y si no supiera nada de seres sobrenaturales, pensaría que es un simple bar con un nombre muy extraño… y que seguramente hay chicas que bailan en jaulas —soltó una risa, pero al instante la cortó al ver la mirada que Sam le estaba echando— Ok, ok, nada de chicas… ni jaulas —levantó las manos, como gesto de inocencia—. ¿Qué esperamos entonces, Blade? Vamos a matar a unos cuantos vampiros…

Dean estaba por abrir la puerta y salir, cuando la mano de su hermano le tomó del hombre y lo detuvo.

—Dean espera —el rubio se detuvo y giró para ver a Sam, preguntándole con la mirada qué pasaba—. ¿No te has puesto a pensar en esa gente? No podemos entrar como si nada y matar a todo lo que esté ahí, para empezar no sabemos cuántos son y gente inocente no tiene que pagar por lo que ellos son.

—No son tan inocentes si sabiendo lo que son, todavía se prestan para sus jueguitos, ya Sammy, podemos llamar después a Green Peace, ahora preocúpate por Dianne… —al momento que terminó de decir eso, Dean supo que él mismo se había evidenciado.

—¿Dianne, finalmente te preocupa Dean? ¿Desde cuando? —la sonrisa de Sam era burlona, pero no podía evitarlo, además de que Dean se la debía.

—Ya cállate, esa mocosa no me importa en lo absoluto, solo quiero sacarla de ahí para poder volver a casa —Dean resopló, como si nuevamente Dianne fuera una molestia para ella. Sam rio por el comportamiento de su hermano, pero de inmediato dejó pasar el comentario cuando algo más atrajo su atención.

A lo lejos la vio y aunque su atuendo no era el habitual de Dianne, Sam supo de inmediato que era ella. Llevaba un vestido negro corto de tirantes y junto un hombre tan alto como el mismo Sam, le rodeaba por los hombros con un brazo y la mantenía muy cerca de él.

—Muy bien Sam, acabamos de perder el tiempo a lo idiota —le recriminó, señalando a Dianne—. Yo no la veo en lo absoluto preocupada, anda de lo más tranquila con ese tipejo y usando ese vestido —ahora molesto, Dean encendió el auto, dispuesto a marcharse y a dejar a la rubia ahí cuando su hermano lo detuvo nuevamente.

—¡Dean, detente! —gritó el castaño y como pudo apagó el auto.

—¿Qué Sam, ahora qué? —preguntó con fastidio y cruzándose de brazos.

—¿Ya viste su mirada? —ambos miraron fijamente a Dianne, que a pesar del rostro tranquilo, tenía la mirada perdida—. Los vampiros pueden hipnotizar a las personas Dean, ella está hipnotizada… Si fuera la de siempre no se habría puesto para empezar ese vestido —aunque al principio a Dean le pareció imposible, entró en razón al oír la explicación de su hermano. Al final terminó suspirando, dándole la victoria al menor.

—Esta bien, nos quedaremos aquí y rescataremos a la mocosa. ¿Cuál es el plan?

Sam no despegó la mirada de su amiga y del hombre que la acompañaba y los siguió hasta un auto negro donde subieron.

—¡No jodas, el hijo de puta tiene un Audi E-tron Spyder! —gritó Dean.

Sam se le quedó mirando por un momento y negó nuevamente con la cabeza.

—Concéntrate Dean. Vamos a seguirlos ¿ok? Y ya que lleguemos al lugar donde van, pensaremos qué hacer.

El otro joven solo asintió con la cabeza y prendió el motor, listo para seguir al auto negro.


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El deportivo negro se movía velozmente en dirección a su destino. Hace algunas horas, Pam le había recordado a Eric que tenía que ir a la reunión del consejo de vampiros. A estas reuniones tenían que asistir los primogénitos de cada vampiro original y discutían asuntos respecto al mundo vampírico. Generalmente, Eric asistía sin más, pero esta vez le fastidió por completo. Estaba ocupado con el asunto de la psíquica que nuevamente tenía que buscar y realmente, si fuera por él, mandaría a volar la reunión. Pero Pam había insistido y muy en el fondo Eric sabía que era su obligación con Frederic y no tenía manera de escaparse de ello. Así, se había alistado y le había dicho a Dianne que lo acompañaría. Cuando Pam escuchó que llevaría a la cazadora en vez de llevarla a ella como siempre hacía, explotó. La pelea se alargó tal vez hasta una hora y Eric la cortó de inmediato cuando se dio cuenta de la hora y que dentro de poco tendrían que salir. Mandó a Pam a que le comprara un vestido y zapatos a Dianne y dio por sentada la discusión.

Ahora se encontraba conduciendo, con al vista al frente y de vez en cuando, mirando de reojo a la rubia a su lado. Dianne no había dicho ni una sola palabra desde que salieron de Fangtasia. De un momento a otro, Eric se aclaró la garganta y Dianne giró el rostro en su dirección para verlo.

—Vas a comportarte, Dianne —advirtió—. No quiero tener un problema esta noche, no uno que tu provoques. Así que no dirás nada, serás educada y nada más. Ni una palabra de quién eres, ni de lo que haces. Nada estúpido o juro que te partiré el cuello al momento ¿Entendido?

Aunque en el interior Dy estaba más que fúrica, terminó por asentir con la cabeza sin más. Quería decirle que no, que se jodiera y que la dejara ir, pero no podía, era como si ya no tuviera control de sí misma, como si fuera un títere y Eric tirara de los hilos.

—Si —fue lo único que dijo y volvió la mirada al frente.

Pasaron unos cuantos minutos más en silencio, cuando escuchó a Eric maldecir por lo bajo.

—Nos están siguiendo —dijo y aceleró a fondo. Entro por algunas calles, dio un par de vueltas y un segundo más tarde corroboraba que los había perdido.

Dianne, de lo poco que había visto a causa de la oscuridad, logró distinguir el Impala de Dean. El corazón le saltó en el pecho, pero toda esperanza se esfumó cuando ya no pudo verlos más, a causa de las maniobras de Eric con el auto.

No pasaron más de cinco minutos, cuando Eric daba vuelta y se internaban en un camino de pavimento. Al final de este se encontraba una reja negra, muy alta. Eric bajó el vidrio y tocó un pequeño botón, al instante se abrieron ambas puertas y dieron paso al auto negro. Un par de metros más tarde giraron en una glorieta y Eric detuvo el auto. Dianne giró el rostro hacia su derecha y se encontró con una mansión gigantesca, con luces prendidas por todas partes y gente, vestida elegantemente, entrando. Eric bajó con rapidez del auto y le entregó las llaves valet y se apresuró para abrirle la puerta a la rubia. Le extendió la mano y aunque ella le miró con duda, terminó tomándole la mano al ver la expresión de advertencia de Eric.

Apenas Dianne estuvo fuera del auto Eric se acercó a ella y le pasó un brazo por la cintura, sin despegarla de él. La rubia le miró con un tanto de alarma, porque realmente no entendía nada, pero se quedó callada porque seguía sin poder hacer nada. Subieron unos cuantos escalones antes de encontrarse en la entrada del lugar. Ahí, una pelirroja se acercó a saludar a Eric.

—¡Mi querido Eric! —exclama con alegría la mujer y le planta un beso. De inmediato Eric dio un paso hacia atrás, atrayendo a Dianne consigo—. Oh vaya… vienes con alguien ¿Será tu aperitivo esta noche? —la mujer río y Eric le miró con algo de enfado.

—Buenas noches Sophie-Anne —dijo, por pura cortesía e hizo más fuerte el agarre en la cintura de la rubia—. Y no, ningún aperitivo, ella viene como mi acompañante.

El semblante de Sophie-Anne se ensombreció por un instante, ya sin diversión en los ojos.

—Ya veo… cómo han cambiado tus gustos, Eric —la pelirroja miró despectivamente a Dianne, quien solamente miraba a Eric y a nada más—. Bueno, pasa, está por iniciar la reunión.

El vampiro asintió con la cabeza y entró a la extravagante mansión, perfectamente arreglada para el evento. Caminaron por un largo pasillo para al final encontrarse en una enorme terraza, donde había una mesa rectangular muy larga y una piscina.

Las miradas no tardaron en reparar en ellos y algunos vampiros se acercaron a saludar.

—Bueno verte de nuevo Eric —dijo un vampiro pelinegro y le sonrió a Dianne. Eric se puso rígido al momento—. ¿No vas a presentarme a tu…?

—Mi acompañante —se apresuró a decir y la atrajo más a él—. Mía —un escalofrío recorrió la espalda de Dianne al oírle, pero aunque más deseó poder decir algo, su boca no le respondió. El otro vampiro retrocedió un paso y levantó ambas manos a la altura de su pecho.

—Muy bien, tuya, ha quedado claro… —aun así sonrió y extendió su brazo hacia Dianne—. Mucho gusto, señorita…

La rubia miró a Eric y este asintió con la cabeza.

—Dianne —fue lo único que dijo y estrechó la mano del hombre.

—Zachary —respondió el vampiro y le soltó la mano—. ¿Cómo una joven tan guapa como tú ha terminado con un amargado como lo es Eric Northman?

Eric gruñó por lo bajo ante el comentario y de inmediato respondió.

—Eso no te incumbe. Nos vemos después Zachary —dijo y sin esperar a que el pelinegro respondiera se dio vuelta y se encaminó hasta la mesa. Ahí, retiró la silla para que Dianne se sentara y después él hizo lo mismo.

Un momento más tarde, Sophie-Anne hizo su aparición y de inmediato se sentó en la cabecera.

—Tomen asiento por favor, el consejo va a iniciar —dijo ceremonialmente y todos los vampiros y acompañantes se sentaron.

Inmediatamente, hicieron un recuento de los últimos acontecimientos y comenzaron a tratar algunos asuntos. Mientras tanto, meseros se movían silenciosamente, sirviendo en copas sangre para los vampiros y llevando vasos de agua o tazas de café a los humanos que se encontraban ahí. Llevaban poco más de una media hora tratando problemas y buscando soluciones, cuando de la nada, las puertas de madera que habían sido muy bien cerradas para mantener privacidad a la reunión, se abrieron de par en par. La madera golpeó contra la pared y todos voltearon de inmediato para ver qué sucedía.

—Buenas noches amigos —dijo el vampiro rubio que acababa de irrumpir, mientras sonreía maliciosamente—. Creo que no me ha llegado su invitación para unirme al consejo, pero aquí estoy… espero no sea demasiado tarde.

Eric le reconoció al instante y junto con él, todos los demás vampiros se pusieron de pie y sacaron sus colmillos.

—¿Qué mierda haces aquí Charles? —gritó Eric, realmente furioso. Charles le había causado demasiados problemas estos días y realmente le fastidiaba que se apareciera así como si nada.

—¡Hermanito, gracias por la bienvenida! —Charles extendió los brazos, fingiendo alegría. Se acercó a uno de los meseros y le quitó de la bandeja que éste llevaba una de las copas con sangre—. ¿Así que ahora beben así? Que mierda, honestamente me gustaba más cómo lo hacían antes… —un segundo más tarde, se encontraba tomando a un mesero del cuello y le encajaba los colmillos.

Eric corrió hasta él y aventó a Charles contra la pared. El vampiro, ya en el suelo, le sonrió a su hermano y se puso de pie, sacudiéndose solo un poco la ropa.

—Esta no es manera de recibir a tu hermanito y sabes que a Frederic no le agradará saberlo…

—Con una mierda, no tienes que estar aquí. Lárgate y deja de fastidiar, ve con Frederic que tanto te busca y deja de joderme la vida —gruñó Eric.

Charles caminó con agilidad y elegancia, hasta encontrarse frente a su hermano. Sonrió de lado y pasó empujándolo con el hombro.

—Excelente reunión, ¡Mis felicitaciones a la anfitriona! —dijo y cuando planeaba acercarse a Sophie-Anne, un aroma le detuvo. Giró en seco hacia Dianne, que se encontraba todavía sentada debido a la hipnosis, pero aun así miraba la escena con horror. Ese era el vampiro al que Eric le había pedido que buscara.

—Vaya, vaya, qué tenemos aquí… —susurró, acercándose hasta la rubia—. Hueles maravillosamente bien preciosa ¿Has venido a ser el plato principal? Porque bien me puedo quedar a acompañarlos…

Dejando una ráfaga de viento a su paso, Eric llegó hasta ellos y se interpuso entre Charles y la joven.

—Oh, así que eres la cena mi hermano, todavía me produce mayor placer… —sonrió, mostrando los dientes y con ello, los afilados colmillos.

—Largo —advirtió Eric una vez más, visiblemente molesto y tenso—. No lo repetiré una vez más.

Una sonrisa de satisfacción se instaló en el rostro de Charles y ladeó un poco la cabeza.

—No lo hagas entonces —tomó a Eric de la camisa rompiéndola de inmediato y sin esfuerzo alguno lo tiró sobre la mesa, provocando que todo ahí se rompiera y sangre cayera derramada por todo el suelo. Eric se levantó, pero Charles ya estaba frente a él de nuevo, tomándole otra vez de lo que quedaba de camisa—. Esto es por la última vez que nos encontramos hermanito… —sin saber por qué, Dianne se adelantó hasta ellos e intentó apartar a Charles, pero el vampiro, más rápido y fuerte que ella, le lanzó al suelo, provocando que la rubia se pegara en la cabeza.

En ese pequeño momento de distracción, Eric recobró su postura y se soltó del agarre de su hermano vampírico. Hecho una total furia, le tiró contra la pared más cercana y cuando el vampiro volvía a ponerse de pie, Eric se acercó y con un movimiento seco y rápido, le rompió el cuello. El cuerpo de Charles cayó al suelo, inconsciente pues no estaba muerto.

—¡Maldición! —exclamó Eric al ver a Dianne todavía en el suelo y en un segundo estuvo junto a ella. La joven también había perdido el conocimiento y de inmediato una punzada de culpabilidad le golpeó el pecho al vampiro.

Mientras él levantaba a la joven rubia del suelo y la tomaba en brazos, Sophie-Anne había movilizado a los demás vampiros y entre todos habían tomado a Charles.

—No te preocupes querido, ya sabes que no eres el único con hermanos rebeldes —le guiñó un ojo—. Me contactaré con Frederic cariño, así que puedes irte, estás hecho un asco y honestamente después de este desastre sería mejor que te marcharas… —la pelirroja le miró y Eric asintió con la cabeza. El vampiro sabía que ella no estaba molesta por Charles, sino por el hecho de que rompieran su vajilla. Eric puso los ojos en blanco, tan bien la conocía. La pelirroja se dio media vuelta y siguió a los demás vampiros, que todavía llevaban a un inconsciente Charles.

Sin nada más que se le interpusiera, Eric aferró a Dianne contra su cuerpo y salió velozmente de ahí. Afuera, arrebató las llaves de su auto que ya le esperaba al valet. Con cuidado depositó a Dianne en el asiento y de inmediato subió y puso en marcha el auto.

—Mierda, aunque no lo quieras siempre resultas un problema Dianne —maldijo el vampiro y salió disparado de ahí.





Minutos más tarde, al auto negro entraba en un camino de piedra. Eric aparcó el auto frente a las escaleras de la entrada y salió de este, para rodearlo y sacar con delicadeza a la rubia. Le tomó fuertemente entre sus brazos y así la llevó hasta el interior de casa. Pasó por el recibidor de largo, yendo directamente a la sala. Con sumo cuidado, colocó a Dianne en uno de los sillones frente a la chimenea apagada. Sin importarle cualquier otra cosa, Eric comenzó a palparle la cara y la cabeza, en búsqueda de algún daño mayor. En ese momento, Dy comenzó a moverse y a parpadear con dificultad. Hizo una mueca de dolor y se llevó las manos a la cabeza, encontrándose con las de él.

—¿Estás bien, no te has hecho daño? —preguntó con preocupación el vampiro. Dianne solamente negó con la cabeza y Eric suspiró aliviado. Aun así, continuó revisándola hasta que se aseguro él mismo de que ella estaba en perfectas condiciones—. ¿Te sientes bien, algún mareo…?

—No —dijo negando con la cabeza y al instante volvió a hacer una mueca—. Solo me duele la cabeza…

Eric frunció el ceño ¿Qué se suponía que debía hacer? Él era un vampiro, ya no sufría de aquellos dolores humanos y por lo tanto, no sabía cómo hacían para controlarlos hoy en día.

—Dios, ¿qué te ha pasado a ti, estás bien? —preguntó Dianne alarmada, al ver que Eric tenía la camisa negra rota y la playera blanca de abajo llena de sangre.

El vampiro sonrió de lado, no con malicia, tal vez con ternura. Solo Pam se preocupaba así por él y por supuesto que le sorprendía que Dy lo hiciera.

—No es mi sangre, además, recuerda que soy un vampiro… hacen falta más que unos golpes y tirones para acabar conmigo —bufó por lo bajo y se encogió de hombros—. Ahora vuelvo, acuéstate y no te muevas de ahí ¿Está claro?

La rubia solamente asintió levemente y un momento más tarde, él desapareció. Desde donde estaba, Dianne logró escuchar un par de ruiditos, supuso que era Eric moviéndose por la casa. No pasaron más de dos minutos cuando él estaba de vuelta, con una nueva camisa puesta. Sorprendentemente, traía una manta. Silenciosamente, el vampiro envolvió a Dianne con la cobija y un instante más tarde se colocaba frente a la chimenea y rápidamente lograba encenderla. Dy lo veía ir y venir, observando cada movimiento, siempre elegante.

Ella cerró los ojos cuando una punzada de dolor le asaltó y para cuando volvía a abrir los ojos, él ya no estaba ahí. Volvió a escuchar pequeños ruidos, generalmente de muebles abriéndose y cerrándose, jamás los pasos de él. Unos cinco minutos más tarde, Eric apareció con una taza en las manos y colocándose frente a ella, le ayudó a reincorporarse y le entregó la taza.

—¿Café? —cuestionó Dianne cuando pudo apreciar el contenido y el olor.

Eric asintió.

—Lo siento, no tengo otra cosa y recuerdo que cada que nos dolía la cabeza mi madre nos daba café —el tono fue amable y la joven comenzó a dar pequeños sorbos al líquido caliente. Jamás se habría podido imaginar que Eric podía llegar a ser tan… atento. Así que le sonrió levemente y no dijo más.

Eric esperó a que ella acabara el café y entonces le retiró la taza y la dejó en una pequeña mesa que se encontraba junto al sillón. Le obligó a acostarse de nuevo, acomodando las almohadas del sillón para que ella estuviera más cómoda.

—¿Es tu casa, vives aquí? —preguntó sin poder evitarlo.

—Algo así… solo mientras es de día —ella recordó, Eric era un vampiro, los rayos del sol le quemaban. El rubio se acomodó en el suelo, a todo lo largo que él era y colocó un brazo detrás de su cabeza, quedando casi a la altura de ella.

—¿Por qué…? —ella titubeó e hizo una pausa por un instante—. ¿Por qué me salvaste de Charles? Lo tenías enfrente, ya no me necesitabas, pudiste dejar que me matara…

Los ojos azul grisáceo de Eric se oscurecieron al oír aquello de la rubia y puso mala cara.

—¿Por qué tú intentaste quitármelo de encima? —devolvió la pregunta Eric y ella no supo qué responder.

Ella no sabía ni siquiera porqué lo había hecho. Tal vez había sido su instinto de cazadora o algo sucedió en su interior cuando él le defendió que le impulsó a intentar apartar a Charles de Eric.

—Yo pregunté primero —susurró Dianne delicadamente, ya sin la antigua actitud que tenía hacia él.

—Porque nadie se mete con lo que es mío —dijo cortantemente—. Mucho menos ese cabrón.

Ella enarcó una ceja al instante y puso los ojos en blanco.

—No soy un objeto —dijo al instante Dianne—. Además ¿Quién te ha dicho que soy tuya?

Eric resopló fuertemente y la ignoró. No tenía ganas de molestarse ni de pelear con la rubia.

Ahora que ella le prestaba atención y a pesar de que seguía teniendo aquel ego inquebrantable, Dianne comenzaba a tener la impresión de que no era tan malo como lo aparentaba ser. Ella frunció entonces el ceño, cuando recordó un detalle de la cena.

—¿Por qué no tomaste de la copa de sangre que te ofrecieron? —preguntó, al recordar cómo Eric la había alejado de él en un movimiento casi imperceptible.

La pregunta de Dy le sorprendió totalmente, o eso parecía por el gesto que acababa de hacer. Al igual, terminó por responderle.

—Porque era sangre de humano y yo solo bebo sangre animal… digamos que tenemos plan de vegetarianos —sonrió con un tanto de malicia, aunque bromeando.

¿Alguna prueba más necesitaba la rubia? Por más que Eric pudo haberlo hecho no la mató, aunque así la amenazó varias veces. La había protegido de Charles, hasta de los comentarios de Pam y ahora le decía que no bebía sangre de humanos. La chica se hizo un poco más hacia la orilla del sillón, acercándose a él. Se aferró a la manta, ya había entrado en calor.

—¿Por qué no dejas que las personas vean el bien en ti? —cuestiono con curiosidad brillándole en los ojos.

El vampiro, aunque no necesitaba aire para respirar, tomó de éste con fuerza y después alargó un suspiro. Había apartado la mirada de ella.

—Porque cuando las personas ven el bien, esperan el bien. Y no quiero tener que vivir según las expectativas de nadie —era sincero y aunque era una respuesta cruda, ella no le replicó. Para cuando Eric volvió el rostro hacia ella, la distancia había disminuido y ahora estaban peligrosamente cerca. Eric alargó una mano y le tomó con delicadeza del rostro. Al toque, ella se quedó helada—. No sé si comerte o besarte… —susurró suavemente y ella tembló. El rubio se acercó más y justo cuando estaba por besarla, la puerta se abrió de golpe, casi rompiéndose. Eric ya se había puesto de pie y la había llevado con él, le tomó de los hombros y la llevó hacia atrás, quedando él de espaldas y cubriéndole con casi todo su cuerpo.

Un instante más tarde aparecieron Dean y Sam. El menor sostenía una ballesta, mientras que Dean llevaba un machete.

—¡Dianne! —exclamó Sam al verla detrás del alto vampiro y al instante disparó la flecha, que le dio en la espalda a Eric y le hizo caer al instante. Dianne gritó cuando le vio caer pero antes de pudiera acercarse para ayudarle, Dean se le había adelantado y lo había tomado de la camisa.

—Ahora sí chupasangre hijo de puta —Dean alzó el machete, con toda la intención de cortarle la cabeza pero en ese momento Dianne corrió hasta ellos.

—¡Dean no! —gritó con fuerza la joven y le detuvo el brazo que sostenía el machete.

—¡Suéltame mocosa! —le replicó con enfado, pero ella no le soltó.

—¡Basta Dean, no le hagas nada! —el muchacho se quedó perplejo al oírle y le miró atónito.

—¿Qué jodidos estás diciendo Dianne? Es un vampiro, te secuestró y seguramente estaba a nada de drenarte—volvió a intentar quitarse de encima a la rubia, pero no lo consiguió.

—¡Él me salvó! Y estás equivocado, no me ha hecho absolutamente nada.

En ese momento, intervino Sam, acercándose más a ellos.

—Dean, espera… —dijo, mientras reparaba en la sala y en lo que se encontraba ahí—. No parece que estuviera atacándola…

—Me importa una mierda, es un vampiro, mata humanos para vivir y…

—¡Cállate por un momento y escucha! Él no mata humanos, es un vampiro vegetariano, solo ingiere sangre de animal… por favor, Dean —suplicó la rubia y por fin Dean bajó el machete y soltó a Eric, que calló al suelo, aun paralizado y con la flecha todavía en la espalda.

—Ustedes y su maña de adoptar seres sobrenaturales —dijo Dean y se alejó, molesto.

La joven ya se había arrodillado junto al vampiro y revisaba la flecha.

—¿Qué le han puesto a esto? —preguntó a Sam, que estaba a unos pasos de ella.

—Sangre de muerto, paraliza a los vampiros… —hizo una pausa y le miró ceñudo—. Espera, ¿tú como supiste que era vampiro?

—¡Pues por los colmillos! —respondió sarcástica y con cuidado le sacó la flecha a Eric, que se revolvió un poco por el dolor. Una vez con la flecha fuera, pudo lograr girar a Eric, quien quedó en el regazo de la rubia—. ¿Estás bien?

—Pues contando que no me puedo mover y con que me han arruinado dos de mis camisas la misma noche no creo que muy bien… —una mueca apareció en su rostro, de verdadero dolor—. Peor con esta mierda que me han puesto, joder…

Ella río ante el comentario de las camisas y le pasó una mano por el cabello, haciendo hacia atrás los mechones rubios.

—Eres rico, puedes comprarte una centena más —respondió, sonriéndole dulcemente.

El vampiro río y contrajo de nuevo el gesto por el dolor. Y en ese momento, perdió la consciencia.



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Pasadas unas cuantas horas más y a casi nada de que amaneciera, Dean se encontraba afuera de la casa del vampiro. Había hecho una pequeña fogata y siguiendo las indicaciones de Bobby había mezclado las cenizas dejadas por el fuego, con un tanto de cosas más.

Mientras Dean terminaba de mezclar todo en una bolsa de cuero, Dianne finalmente salió de la casa, con una expresión que le fastidió totalmente a Dean. La chica venía sonriendo.

—¿Ya despertó Aurora o te ha tocado convertirte en el Príncipe Felipe para despertarlo? —se burló el muchacho y ella puso los ojos en blanco.

—Ya se está reponiendo —fue lo único que comentó.

Dean le extendió la bolsa con la mezcla y ella se le quedó mirando con extrañez.

—Son cenizas con azafrán, col de mofeta y trilium.

—Huele muy mal —dijo la rubia al tomar la bolsa.

—Esa es la idea, espárcela por tu ropa. Borrará nuestro aroma y así no nos podrán encontrar —indicó Dean.

—¿Quién te dijo que yo quiero borrar mi aroma para que no me encuentre? —le devolvió la bolsa—. Sabe donde vivo y además le he dejado mi número.

Dean la miró furioso, pero antes de poder decirle algo, Sam apareció.

—Acabo de revisar el teléfono y tenemos un montón de llamadas perdidas de papá. Hasta nos dejó un mensaje en el buzón… no está del todo contento y tampoco Susan —comentó Sam, haciendo una mueca.

De pronto, el teléfono de Dean comenzó a sonar. El joven logró sacarlo de la chamarra y contestó al instante. Su semblante se volvió de piedra.

—Sí señor… —colgó unos segundos después—. Nos esperan en Memphis… —suspiró—. Va a ser un viaje muy largo.
Los tres hicieron un gesto de disgusto, al imaginarse la reacción de sus padres. Pero sin más, subieron al Impala. Dean prendió el radio para aprovechar el rato que le quedaba de tranquilidad. Encendió el auto y se puso en marcha al instante. Miró por el retrovisor y observó a Dianne, quien echaba una última mirada a la sobria casa y volviendo al instante al frente, afligida. El joven volvió a suspirar. En definitiva, un largo viaje les esperaba.